Cosas de mi Cabeza

En el tranvía

Desde hacía un tiempo, casi 2 meses ya tomaba el tranvía de la línea 8. Ahora sí que le daba alergia ir a su nuevo trabajo. Antes tenía que recorrer los más de 5 kilómetros andando. Ahora no, ahora en tranvía.
Ese nuevo tren que circulaba por la ciudad. Qué cosa más impresionante. Y se movía por la electricidad. De una madera brillante, los asientos. Parecían barnizados a mano. Siempre se sentaba en el mismo banco. Era el primero en subir en el recorrido. Empezaba en la esquina de su casa. Ese banco de la última fila junto a la puerta de salida. Así podía ver a todos los que iban subiendo en cada parada. Y se notaba que a esas horas nadie paseaba. Todos iban al trabajo. En las caras se veía de sobra.
Se fijo en la señora mayor que subía en la 3 parada. Ella se colocaba en el primero nada más subir. Le costaba andar y era un esfuerzo hasta subir los dos escalones del tranvía.  Sus ropas muy humildes pero limpias. Una pequeña bolsa colgaba de su brazo, donde posiblemente llevaba algo de comida, casi todos la llevaban, incluso él. Sus arrugas eran profundas y la alergia brillaba por su ausencia. Su mirada era cansada, estaban las durezas de una vida llena de esfuerzo, pero llena de cariño y amor, rebosaba dulzura y amabilidad. Tenía la sensación de clavarse suavemente en su corazón.  Pero siempre se cruzaban sus ojos y la mantenía con fijeza. Algo extraño había. Todos los días igual. Todos los días se descubrían entre ellos algo nuevo de complicidad. Un rasgos de su cara. Un gesto sistemático igual. Un movimiento de la mano al tocarse la nariz por el frío. Las coincidencias cada día eran mayores y más curiosas.
Mañana se sentaría en ese primer banco y hablaría con la señora. Estaba decidido. Aquella mañana la señora no subió, ni ese día, ni los siguientes. Ya nunca más volvió a ese banco del tranvía. Qué pena. Le hubiera gustado hablar con ella y preguntarle cosas. Pero ya no pudo.
Pasaron unos pocos días y afeitándose, frente al espejo, se dio cuenta que tenía un lunar en la frente, justo en la entrada derecha del pelo de su cabeza. Por qué? Porque no se habría dado cuenta antes de ese lunar. Era el mismo que tenia la señora del tranvía.
Esa señora era su madre. La madre que nunca tuvo.
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