Cabeza de mis Cosas

17 el Colorao

Subía Joaquín con su llavero en la mano, era más conocido ese llavero que él mismo, su virgen colgando, la de la Fuensanta, devoto desde antes de nacer. Sus llaves sonaban, solo con levantarlo era suficiente para que Pepe parara su 17 colorao.
Pepe, ese pedazo de hombre joven y maduro a la vez. Con tanta experiencia como cada uno de sus clientes del bus le daban. Era su confesor, su confidente, su alma y su corazón. A todos los conoce por su nombre.
En el cruce para el bus a saludar a la señora Maruja, su nieta se rompió la pierna en el último campamento. Pero ya está corriendo con la escayola. Juventud que sana rápida, no como Manuel que anda renqueante todos los días a su diálisis en el hospital, tiene un humor de perros, esta sordo, y cree que nadie le escucha, grita, pero se le mira a los ojos y se calma. Y en la siguiente parada, la del puente, sube Juan y su señora Juana, y no paran de recontar los viajes del Inserso, deseando volver por ahí al siguiente. Cuentan y recuentan el de Benidorm, ese de los fines de semana, solo de sábado y domingo, como bailan los jodíos. Eso dicen. Yo les creo. Se le nota la marcha. Quieren conocer Extremadura. Donde dicen estuvo Julián y que nunca quiso conocer los monumentos, pero que se ponía morado a embutidos y jamón. Por eso se murió, dice Juana. Pero se llevó lo suyo a la tumba.
Ahora sube Maribel, esa chica tan guapa y joven, morena, con su cola recogida con una pinza de nácar, pero muy prudente. Es estudiante, siempre cargada de sus libros. Ni habla, pero es la alegría del bus, su sonrisa y risas son tan espontáneas y sinceras que contagia a cualquiera. Los chascarrillos siempre son respondidos con sus risas. Nadie como ella para animar. Ay si algún día hablara, ciertamente que aun haría reír mucho más, se le ve en sus ojos su timidez pero está deseando perderla. Seguro que soltará su frase y será bienvenida.
Pepe aguanta carros y carretas. Su vida es un poema. Enamorado de casi de todo. De la vida, de las mujeres, de sus gentes, de sus amigos. Tiene un hondo pesar. Su vocación de guardia civil lo lleva por el mal traer. Quiere. Se ha presentado varias veces y nunca llega el momento de que le digan que sí. Y mientras a conducir el 17, el colorao.
Parece que son los mismos los que andan por las aceras y siempre a las mismas horas están en la parada, son costumbres, son sus horas, se mueven porque algo tienen que hacer. Y Pepe siempre a las mismas horas pasa, espera, tiene esa paciencia que a los mayores les gusta.
-No corras, ve despacio, no arranques hasta que me siente.
-uff has puesto el aire ahora que me había quitado la chaqueta.
-Nada lo quito, no se preocupe.
-No tengas prisa por arrancar que la reuma no me deja bajar los escalones.
-Nada Sr. Carlos, tranquilo que no arranco hasta que baje.
-Gema baje por delante que a usted le cuesta más bajar.
Y al llegar a la universidad todo cambia, los mayores abajo, los jóvenes arriba, el jolgorio a tope.
-Pepe sube la música. Cambia de emisora. Esto aburre.
El caso que este 17 es curioso, la mitad del recorrido es de jóvenes y la otra mitad de una residencia de mayores.
Y mañana mercado. Que locura, suben todas a la vez. En dos paradas se llena y lo malo no es que se llene sino los carros de la compra. Todas con el suyo. Pobres mujeres, bueno y pobres hombres que ya están a la par. A su edad y ahora de vacío pero en la segunda vuelta, suben los mismos pero el peso es el doble. Si no pueden con los carros los pobres.
Y Juan Bautista, que vino de Camerún a intentar ganarse la vida, y lo ha conseguido, mecánico en el Palmar, amable y solícito como `pocos. Viene siempre por las noches. Si casi ya tiene acento murcianico. Es muy duro su trabajo, pero su esfuerzo le recompensa, cuenta como manda dinero, algún día tendrá a toda la familia aquí. Es algo que cuenta Pepe. Antes nos íbamos a Alemania en los 60 y ahora vienen en este siglo. Todo cambia y a todo nos tenemos que acostumbrar, la globalización no empezó hace unos años, empezó con Atila que unió a medio mundo conocido y con Alejandro Magno mas. Ya dijo el Rey español, que en sus dominios no se ponía el sol. Nada van a descubrir los políticos de ahora el unir a los pueblos, ya se unen ellos solos, unas veces más por necesidad que por devoción.
Abdala, ese chaval que en el Centrofama aparca coches, majo donde los halla. Cuenta Pepe que un día le compró una botella de agua, estaba medio ahogado en la acera, y desde entonces es el asiduo saludando al paso del 17, el colorao.
Pedro tiene sus cosas, esta cojo, nunca dijo que le pasó. La fama de los cojos de mal encare, en su caso es todo lo contrario, es una bendición de persona, amable, servicial, y atento con las personas, es capaz siempre de levantarse para que se siente cualquiera, y a una mujer con más ganas.

Pero Pepe siempre está ahí, estará, esté donde esté en su vida, en el 17, el colorao.
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